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Efecto mariposa: estamos todos conectados

Las consecuencias de nuestras acciones mínimas tienen efectos imposibles de imaginar que se expanden de forma exponencial.

Desde hace muchísimos años es sabido que todos estamos conectados por lo que se llamó la teoría de seis grados de separación que inauguró el inglés Frigyes Karinthy y que tiempo después, demostró el famoso psicólogo Stanley Milgram.
La idea principal dice que cada persona en el mundo puede llegar a cualquier otra a través de seis contactos. Hace poco tiempo, con la explosión de las redes sociales, ese número cambio a solo 3,57 personas para llegar a la otra.

Facebook es una de las causas de este achicamiento de distancias de relaciones.
Por supuesto que son todos conceptos cuestionables y que inauguran muchas preguntas acerca de si la tecnología nos acerca en verdad, si lo virtual es también real y otras reflexiones que emergen como pop ups en todos los medios posibles en los que se permita reflexionar sobre estos tiempos.

El batir de las alas de una mariposa puede provocar un huracán en otra parte del mundo.

Mucho antes de la llegada de internet, el reconocido meteorólogo Edward Norton desarrolló el maravilloso concepto llamado “El efecto mariposa”.
Con este nombre quiso englobar a todos los fenómenos del clima que -a priori- parecían inexplicables y que trascendían a la dinámica causa-efecto. Norton afirmaba que mucho de aquello que sucede solo puede ser explicado por la suma de pequeños cambios aparentemente imperceptibles.

“El batir de las alas de una mariposa puede provocar un huracán en otra parte del mundo”.

Este concepto, de una enorme profundidad, fue posteriormente trasladado a la piscología y a otros saberes. El efecto mariposa nos ayuda a ser conscientes de que cada pequeño actocada palabra e incluso cada pensamiento que nos permitamos tener puede generar efectos impensados en el otro y a su vez, este otro en muchos más.

Cada pequeño acto, cada palabra e incluso cada pensamiento que nos permitamos tener puede generar efectos impensados en el otro .
Cada pequeño acto, cada palabra e incluso cada pensamiento que nos permitamos tener puede generar efectos impensados en el otro .

Las consecuencias de nuestras acciones mínimas tienen efectos imposibles de imaginar que se expanden de forma exponencial. Ya lo afirmaba Galeano con la maravillosa simpleza de su poesía: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

Mucho antes que Galeano, Norton, Milgran y Facebook, lo predicaron las escrituras sagradas. Todo es uno. Todo está conectado. Ama a tu prójimo como a ti mismo.
Es también la base del budismo. La iluminación es aquel despertar donde advertimos que no hay diferencia entre el afuera y el adentro, ni entre una hormiga, una planta o la paloma que se nos atravesó en el medio de nuestra apurado camino al subte.

Todo es sagrado y nuestras pequeñas acciones, también.
Muchas veces creemos que no estamos haciendo nada, porque no somos conscientes de que la sumatoria de acciones de benevolencia y solidaridad está aportando a un todo, construyendo un bien mayor.

A principios de siglo, también lo explicaba el sabio maestro Gurdieff, uno de los creadores del Cuarto Camino.
Hay un camino primer camino posible para despertar que es el del Yogui; el segundo, el que hacen los Monjes; el tercero, el del Científico, y el Cuarto Camino es el que se basa en actuar de forma consciente en la vida cotidiana y en usar todo aquello que vivimos como una posibilidad de trascendencia. Gurdieff llamaba al hombre a despertar.

No creía que fuera necesario encerrarse en un monasterio o en un laboratorio para encontrar una verdad que hiciera que la vida tuviese un sentido. Estar en la vida practicando la conciencia de sí y saliendo del sueño, era suficiente experiencia para evolucionar individualmente y para desarrollarnos como especie.

El efecto sagrado de la vida cotidiana

Siempre es la suma de las partes. Cuanta más gente empiece a considerar sagrada su cotidianidad y a vivirla con esta conciencia, el cambio se precipitará. Ortega y Gasset gritaba: “Argentinos a las cosas, a las cosas”. Así de simple, así de contundente.
Hay que hacer las tareas que nos tocan por más intrascendentes que nos parezcan con otro valor sobre ellas. Hace un tiempo, una persona muy sabia me recordaba una pequeña enseñanza budista que dice: “Antes de la iluminación, barrer, comer y dormir.
Después de la iluminación, barrer, comer y dormir”.
En los momentos en los cuáles somos tomados por el sinsentido del “total para qué” nos dejamos vencer.

Un solo acto de amor, de solidaridad, y de gratitud, puede generar una inesperada transformación en el otro.
Un solo acto de amor, de solidaridad, y de gratitud, puede generar una inesperada transformación en el otro.

Sin embargo cuando, a pesar de ello nos reconectamos con la benevolencia y la compasión, recordamos la pertenencia a algo mayor. Seguir haciendo el bien sin mirar a quien, como dice el refrán. Sabemos que un solo acto de amor, de solidaridad, y de gratitud, puede generar una inesperada transformación en el otro.

En nosotros. La gratitud lo cambia todo. Lo dice Mathieu Riccard, el científico convertido en monje budista que Occidente dio a conocer como el hombre más feliz del mundo.
Lo afirma otro científico francés, Garnier Malet en su teoría del desdoblamiento del tiempo, la benevolencia en cada uno modifica nuestro potencial y el de los demás.
Lo desarrolla, a lo largo de interesantísimos libros Gregg Braden. Estamos todos unidos a través de una matriz divina que responde a nuestras emociones.
Somos creadores de nuestra realidad, pero esa creación no responde al ego ni al juicio.

 “El holograma de la conciencia conectado universalmente nos promete que en el instante en que creamos nuestros buenos deseos y oraciones, ya han sido recibidos en su destino. Un pequeño cambio en nuestras vidas se refleja en todas partes en nuestro mundo” 

Estamos conectados de muchas formas perceptibles y de otras que apenas podemos empezar a intuir.

Recuperar lo sagrado en cada tarea que nos toca, nos rescata del aplastamiento cotidiano, de los pensamientos negativos que atraen otros de igual frecuencia.
Nos ayudamos a nosotros mismos cuando ayudamos al otro.
Nos liberamos de los límites del “no puedo” cuando tomamos coraje y a pesar de todo el miedo y los condicionamientos damos un paso más, el que al menos nos saca del lugar en el que estamos. Y la vida empieza a cambiar.
Entonces aparecen otras personas dispuestas a hacer por nosotros aquello que nosotros hacemos por los demás. Y lo que nos rodea se va modificando.

Nos reencontramos con otros en una frecuencia diferente para hacer algo mayor.
No solo por nuestra ínfima humanidad sino porque el Todo es mucho más que la suma de cada uno de nosotros.
Quizás no haya que buscar la iluminación, ni rezar cada noche un rosario.
Quizás no sea lo nuestro crear una gran Ong que deje una huella, o no tengamos el destino del Che, ni de Gandhi, ni de Martin Luther King.
Tal vez no haya que hacer una gran cosa para comprender que nuestra vida tiene un sentido mayor, si no lo correcto, lo necesario, lo que está bien.

Es posible que ya esté sucediendo y aún no nos hayamos dado cuenta.
A veces nos sucede como a Daniel San en Karate Kid: creemos que solo estamos pasando cera con una mano y puliendo la cera con la otra, haciendo movimientos repetitivos que parecen no tener sentido ni propósito y un día nos damos cuenta de que sabemos Karate.

Por Natalia Carcavallo
www.wetoker.com

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