En muchas religiones y en distintos momentos de la historia de la humanidad, ese lapso implica la preparación para una transformación.¿Estamos acallando el ruido para conectar con nuestro interior? Por Natalia Carcavallo
Cuarentena
Estamos en cuarentena. Casi con literalidad, también estamos en cuarentena -cuaresma- si pensamos en los días previos a la Pascua. Es llamativo el simbolismo que empieza a emerger en esto tiempo inesperado, restrictivo, por momentos, angustiante y por otros, esperanzador.
A veces tenemos la posibilidad de sonreír ante la obviedad de ciertos acontecimientos y otras sólo podemos elegir la sonrisa resignada, para no llorar. Me gusta decirles a mis amigos que cuando no terminamos de ver con claridad por dónde hay que seguir ni cuál es el camino correcto, la vida se nos transforma en un libro titulado El Universo para Dummies.
Seguimos consumiendo compulsivamente, lo que podemos. Ahora mensajes, cursos, películas y vivos de Instagram, claro.
Lo dice de forma permanente cada pantalla de televisión, celular y computadora a la que estamos expuestos. Cuarentena. Quedate en tu casa. Así era en la Antigüedad, y así es para muchas religiones y prácticas espirituales aún vigentes. Jesús pasó 40 días en el desierto y también 40 días fueron los que Moisés estuvo en el monte Sinaí. En el diluvio universal, llovió por 40 días y por 40 noches. De 40 días es el período que algunos estudios afirman que necesitamos para incorporar un nuevo hábito. Para los alquimistas, una cuarentena, también era un tiempo clave de transformación.
La cuarentena es el período anterior a la Pascua: ¿coincidencia?
Todas estas corrientes, enseñanzas y disciplinas, lo afirman de diferentes formas. Para que algo verdaderamente se transforme y podamos renacer a una nueva vida, para que podamos reconectar con un nueva parte de quienes somos, necesitamos hacer un sacrificio, ayuno e introspección.
A simple vista, todo parece indicar que de eso se trata este momento.
Sin embargo, ¿le estamos haciendo espacio al silencio para contactar con algo más profundo de nosotros mismos?
Un minuto de silencio, por favor.
La incertidumbre y el miedo son viejos conocidos, pero ahora se volvieron emociones tan poderosas que en cuanto le hacemos lugar nos toman por completo. Entonces, la solución es escapar. No hay silencio posible. La angustia se tapa con mensajes permanentes de whatsapp, con el consumo frenético de noticias, números, estadísticas, opiniones, “conspiranoias” y todo tipo de elucubraciones sobre futuros posibles. Seguimos consumiendo compulsivamente, lo que podemos. Ahora mensajes, cursos, películas y vivos de Instagram, claro.
La pandemia nos encerró y los indicadores muestran cuánto ha bajado la contaminación. Sin embargo podríamos preguntarnos si no estamos envenenando ahora el aire que respiramos en el interior de nuestra casa y si esa basura que ya no producimos afuera no la estamos generando dentro de nosotros mismos.
Conectar con el silencio puede hacer que aparezcan en nosotros aquello que hemos reprimido.
Necesitamos cuidar lo que hacemos con nuestro tiempo, con quién conversamos, a qué mensajes nos exponemos y tener registro de nuestros pensamientos para que no nos lleven hipnotizados a cualquier lugar.
La anticipación de las catástrofes no nos ha prevenido de ellas. La especulación de todo lo malo que podría suceder nunca será suficiente. El desánimo no nos escuda ni nos excusa. La victimización no nos esconde de la responsabilidad
La preocupación desmedida no nos vuelve en más inteligentes. El vaticinio de la crisis no nos hace más sabios.
Todo esto sólo hace recrudecer nuestras peores partes, nos vuelve egoístas, aplasta la esperanza y nos anula la creatividad para salir de los caminos truncados de maneras diferentes. La desesperación nos desconecta de nuestra fuente vital y de la verdadera guía.
No sabemos nada ni podemos predecir los tiempos por venir. Solo nos queda la práctica permanente de vivir como si fuese un eterno ahora. Definitivamente esa fue siempre la única verdad.
En esta crisis colectiva, de la conciencia, del sistema productivo, del viejo paradigma, del capitalismo o de cómo cada uno la quiera calificar, todos sentimos la tentación de irnos a los extremos para nombrar este tiempo y así pasamos del pensamiento catastrófico a la romantización de la experiencia.
En el intento de no caer en ninguno de ellos, ¿qué es lo más simple de observar? ¿Qué es lo más simple para definir este tiempo? La respuesta obvia es que “es tiempo de cuarentena”.
Entonces quizás todo este movimiento imposible de definir sea una oportunidad para hacer lo que los Antiguos hacían en ese período. Ayuno, introspección y un sacrificio, una renuncia.
Podemos renunciar a los pensamientos especulativos y al miedo, al sentimiento de desamparo, a la victimización y a la negación de lo que es. Podemos imponernos un ayuno de mensajes, de consumismo compulsivo y tóxico al estímulo externo permanente. Podemos practicar la renuncia a la parte de nosotros mismos que se esfuerza en hacernos llegar siempre al mismo lugar, a nuestras propias trampas.
Hacer de este tiempo una verdadera cuarentena no es simple. Conectar con el silencio puede hacer que aparezcan en nosotros aquello que hemos reprimido, las emociones no aceptadas, recuerdos de otro tiempo, los duelos no hechos y las lágrimas no lloradas.
El silencio y el vacío nos dejan desnudos y expuestos a todo lo que ya no tiene sentido. Renunciar a lo conocido es para valientes, pero la osadía de ir en busca de lo propio siempre será recompensada. El sacrificio consciente de lo que ya no es, nos devuelve a un camino mejor, lo crea. Si somos capaces de soportar la abstinencia de aquello que nos genera la limitante certidumbre, quizás algo nuevo emerja.
Tiempo de Pascua, de resurrección y de dar un paso
Claro que el próximo domingo, quizá no podremos hacerlo hacia el exterior, pero si acompañamos los tiempos, es posible que esa transformación empiece a producirse dentro, dónde suceden los procesos de verdad. El afuera solo será consecuencia.
De eso quizás se trate aquello que está por venir, de avanzar en un camino que aún no conocemos, de la mejor forma que vayamos pudiendo. Un paso es un acto de fe, y es en esos momentos donde el camino aparece y se abre mientras nos vamos animando a caminarlo.
Por Natalia Carcavallo
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