La naturaleza no se reviste nunca con los vestidos ya viejos.
La naturaleza nunca economiza,
Nuestro pensamiento es una constante e invisible emanación de nosotros mismos y esta emanación substancial es absorbida por nuestros vestidos, de suerte que, al envejecer, estos vestidos quedan cada vez mas saturados de esos elementos mentales.
Cada uno de nuestros pensamientos es una parte de nuestro yo real y verdadero, por consiguiente, nuestro pensamiento es una emanación de nuestro yo mas reciente.
Si llevamos vestidos viejos, nuestro yo actual reabsorberá los pensamientos que emitimos, tal vez, mucho tiempo atrás, de los cuales están saturadas nuestras ropas.
De ahí que podemos muy bien reabsorber hoy la substancia mental emitida en estados de tristeza, de irritación y de ansiedad mientras llevábamos aquellos vestidos o ropas.
Con esto, cargamos y afligimos nuestro yo actual con los estados mentales ya pasados y muertos, sentidos.
Cada uno de nosotros puede ser hoy un hombre distinto al que era ayer y es necesario, en la mayor medida que ello sea posible, que nuestra substantividad nueva deje de mezclarse con la antigua.
No es sino este sentimiento de muerte que el espíritu experimenta lo que despierta en nosotros el deseo de cambiar de ropa y de quitarnos de encima cuanto mas pronto mejor los vestidos ya viejos.
Este mismo sentimiento es el que nos hace parecer mas alegres y animosos cuando llevamos un vestido nuevo, lo cual se comprende, pues la nueva envoltura que nos echamos encima esta libre enteramente de nuestras emanaciones mentales de los pasados tiempos.
Así pues , determinamos en nosotros una perdida de poderes llevando siempre vestidos viejos, como quien dice, yendo constantemente cargados con nuestro yo pasado y muerto , por razones de economía.
No hay culebra que, por razones de economía, arrastre siempre consigo la piel de que una vez se ha desprendido.
La naturaleza no se reviste nunca con los vestidos ya viejos.
La naturaleza nunca economiza, como lo hace el hombre,
pues no aprovecha las plumas de los pájaros,
ni las pieles de los animales, ni los colores de las flores.
Si lo hiciese así la naturaleza, los colores predominantes en todas las cosas serian así como los matices descoloridos de las ropas ya muy usadas, y entonces el universo parecería una inmensa tienda de ropavejero.
P. Muldford (1834-1891)
Del Libro: Nuestras Fuerzas Mentales/Ed. Kier