Todas somos todas. Las cualidades y defectos que ellas representan nos atraviesan a lo largo de la vida.
En cada una de nosotras viven y conviven varias mujeres: aspectos, arquetipos, potenciales, fuerzas y vulnerabilidades.
Por Natalia Carcavallo
A medida que la vida transcurre vamos conectando con ellas, descubriéndolas, aceptándolas y honrando el continuo movimiento y la transformación.
Si podemos, elegimos cuál de ellas usar en cada momento. Si las conocemos, lo haremos mejor. Saber que estamos llenas de recursos internos, genera alivio y nos devuelve cierta sensación de completud.
Reconocer que también “esa” está en nosotros, que en algún momento lo fuimos o quizás lo podemos llegar a ser nos vuelve más tolerantes y empáticas. Tener conciencia de que cada una de nosotras se realiza de una forma única nos ayuda a corrernos del juicio y nos va liberando de las pesadas culpas de todo aquello que hicimos siendo “otra” que hoy ya no somos.
Convirtieron a los aspectos poderosos de lo femenino, en monstruos, en bestias salvajes, movidas por la ira y la venganza y en culpables de todos los males del mundo.
En otro tiempo no tuvimos opción, actuamos como mejor sabíamos, con las herramientas que teníamos. Los distintos contextos nos obligaron a reprimirnos o nos ayudaron a desplegarnos.
Desde la cuna de la cultura occidental, los relatos creados sobre las Mujeres construyeron arquetipos perversos e historias de manipulación. Convirtieron a los aspectos poderosos de lo femenino, en monstruos, en bestias salvajes, movidas por la ira y la venganza y en culpables de todos los males del mundo. Así son, por ejemplo, los relatos de Eva, Lilith, Medusa, Pandora, Ragnell y tantas más. Estas historias merecen ser contadas nuevamente con un relato más justo y más cercano a la verdad.
Hace algunas décadas, Jean Jenoda Bolen, escribió un hermoso y potente libro llamado Las Diosas de cada mujer. Allí describe algunas de estas “fuerzas” que viven en todas nosotras desde un lugar diferente.
La reconocida psicóloga junguiana describió siete arquetipos femeninos que todas poseemos . Algunos de ellos son visibles, y otros están ahí esperando ser despertados, reconocidos y honrados. “Cuanto más compleja es una mujer más probable es que tenga dentro de sí muchas diosas activas. La tarea consiste en decidir cuál de ellas cultivar y cuál superar. Las diosas de cada mujer explican que cuando una mujer comprende sus propios patrones internos puede llegar a superar toda una serie de dicotomías restrictivas, tales como: masculino/femenino, madre/amante, profesional/ama de casa, etc”, explica en el libro.
Lejos de cambiar viejas etiquetas por otras nuevas definiciones que nos pueden volver a encorsetar y más lejos aún de describir identidades completas, Jean Jenoda Bolen resume las características principales de estas diosas para que podamos identificarnos con una, con dos o con todas en algún momento de la vida. Busca que podamos comprender a qué se refiere cada arquetipo para usarlo a nuestro favor para desplegar su potencia, aprender de la sombra y para que podamos vivir su energía de manera consciente en vez de que esa energía nos viva a nosotras.
Para Bolen, hay tres grupos de diosas. Las Diosas vírgenes son Artemisa, Atenea y Hestia. Ellas se completan a sí mismas y no necesitan de un compañero para definir quiénes son. Son independientes y están orientadas hacia conseguir sus objetivos. Representan esa fuerza que proviene del interior de cada una, que las lleva a explorar el mundo, resolver problemas, desarrollar talentos y conquistar sus propios territorios. Sienten la necesidad de seguir sus propios valores internos, de hacer lo que tiene sentido para ella, con independencia de lo que piensen los demás.
En el segundo grupo están Hera, Deméter y Perséfone, agrupadas como las diosas vulnerables. Son aquellas que despliegan lo femenino a través de los roles de madre, hija y esposa. Su receptividad hace que necesiten de los vínculos para encontrar su identidad. “El impulso que las motiva es la relación más que el logro, la autonomía o una nueva experiencia. El enfoque de la atención está puesto en los demás, no en una meta externa o en un estado interior. Están motivadas por la compensación de las relaciones: aprobación, amor, atención, y por la necesidad del arquetipo de la pareja, de nutrir y de la dependencia”.
La tercera categoría es para Afrodita, la Diosa Alquímica. “El arquetipo de Afrodita rige el disfrute del amor, la belleza, la sexualidad y la sensualidad de las mujeres. Impulsa a las mujeres a realizar las funciones creativas y procreativas. Simboliza una tremenda fuerza para el cambio, el cultivo de la percepción y la atención centrada en el aquí y ahora.
Este es un brevísimo resumen de las características de cada uno de los arquetipos que se despliegan mucho más allá en historias, aventuras, procesos, luces y sombras.
Artemisa: la gran Hermana
Artemisa es la diosa de la caza y la luna. La mujer que alcanza sus metas por su propia destreza y compromiso. Representa el espíritu independiente femenino. Es intelectual y creativa. Sabe cómo cuidarse sola. Debido a su solidaridad con las otras mujeres, se la conoce como la gran hermana y representa uno de los arquetipos principales del feminismo de este tiempo.
Atenea: la sabia
Es la diosa de la sabiduría. A través de su inteligencia e intuición, resuelve su vida de forma pragmática. Es una mujer guerrera a la que le agrada estar en compañía de otros hombres sin enredarse en amores con ellos siendo compañera y su confidente. Gran estratega, el poder le resulta afrodisíaco y para ella el amor será una alianza más. Tiene una gran coraza y experimenta la vida desde lo mental dejando de lado las emociones profundas.
Hestia: la que mantiene el fuego sagrado
Es la diosa del hogar y de la casa entendida como un templo, un refugio. Es una mujer introvertida que se mantiene completa estando con ella misma, pero su sola presencia convierte cualquier espacio en sagrado. Es serena, introvertida, pacífica, armoniosa, servicial, receptiva, sanadora, comprensiva, profunda. El arquetipo de Hestia es honrado por todas las mujeres anónimas que crean y sostienen el hogar que es mucho más que la casa.
Hera: la diosa del matrimonio
Su realización ocurre al casarse porque el matrimonio le otorga prestigio y honor. Puede darlo todo para sostener el compromiso. Es fiel compañera “en la salud y en la enfermedad” lo que la lleva a ser posesiva y celosa. Si se siente engañada, puede volverse vengativa contra la otra mujer o ejercer su rol de víctima para continuar la dominación.
Deméter: la gran madre universal
Deméter es la diosa de las cosechas y madre en todas sus funciones: gesta, nutre y cuida de la vida. Necesita tener hijos, pero su instinto maternal puede ser resuelto si logra ser proveedora de alimento físico, emocional o psicológico a los demás. Es el arquetipo de las cuidadoras, las consejeras, las maestras. Es sobreprotectora y una dadora sin límites.
Persefone: la reina de inframundo
Tiene dos aspectos. Cuando es doncella es complaciente, indecisa e inocente y no posee conciencia de su sensualidad. Cuando es reina del submundo es apasionada y sexual y puede satisfacer a los otros y adaptarse a sus deseos. Es una guía entre el mundo consciente e inconsciente y puede ser puente de la conexión con el lenguaje simbólico, los rituales, la locura, las visiones o la experiencia mística.
Afrodita: la diosa del amor
Tiene una categoría de Diosa alquímica por derecho propio, ya que lleva en ella la capacidad de la transmutación. Es instintiva, magnética, seductora, sensual, poderosa, creativa, apasionada. Puede elegir a sus hombres y también acudir en su auxilio si alguno la necesita. Afrodita honra la sensualidad instintiva A través de ella fluye la atracción, la unión, la fertilización, la incubación y el nacimiento de una nueva vida.
Cada arquetipo tiene su potencia, sus dones y talentos y su sombra.
Reconocerlos nos ayuda a discernir cuándo y cómo cada una de nuestras partes se activa, cómo nos pueden ayudar y de qué debemos cuidarnos para no ser tomadas por el arquetipo, poder vivirlo a él y que esa energía no nos viva a nosotras.
Lo más interesante es la posibilidad de saber que nada nos define, que somos muchas dentro de nosotras, que vamos mutando y en eso hay un proceso enriquecedor de descubrimiento y de redescubrimiento.
Hay muchas formas de experimentar la potencia transformadora de lo femenino, de vivir el ser mujer en plenitud. Cada una de nosotras está en un propio proceso de construcción y desconstrucción. Y siempre somos mucho más que la suma de las partes.
Por Natalia Carcavallo
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