Día de los Muertos celebración para pedir y venerar a quienes ya no están entre nosotros, aceptando la impermanencia en nuestro paso por esta tierra.
Día de los Muertos es una tradición ancestral de México desde la época prehispánica cuando celebraban un festival en honor a Mictecacihuatl, deidad del bajomundo.
Luego de la conquista Española se introdujo en latinoamerica elementos cristianos de la Iglesia Católica que celebra el Día de los Fieles Difuntos.
La tradición se basa en que de que en el Día de los Muertos los espíritus de los difuntos vendrán para estar con sus seres queridos y en esa fecha se hace una ofrenda de oración por el descanso del alma de quienes han fallecido.
La Iglesia Católica celebra el Día de Todos los Santos. Lo hace honrado a mártires cristianos, seres santificados y que gozan de la vida eterna en la presencia de Dios.
El papa Gregorio III estableció el 1 de noviembre para celebrar esta festividad que antecede al Día de los Muertos, que se celebra cada 2 de noviembre en diferentes países donde las personas visitan la tumba de sus seres queridos.
“A la muerte no se le da culto.
Lo que hacemos es pedir por nuestros difuntos que están en el cielo
y que en ese día, según la tradición, sus espíritus nos vienen a visitar”
Dice el Padre Eligio Luna Vega, Sacerdote de la Rectoría San Felipe de Jesús de la Arquidiócesis de México.
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LA IMPERMANENCIA, una mirada.
Ni aferrarse ni no aferrarse.
Aquietar la mente espontáneamente, sin aceptar ni rechazar nada.
Educando nuestra mente para la comprensión ecuánime de la impermanencia.
Permanecer es «mantenerse sin mutación en un mismo lugar, estado o calidad».
Lo impermanente es la incapacidad de la realidad de mantenerse en un mismo lugar, estado o calidad.
Nuestro mundo es cambiante, como nuestros pensamientos y nuestros cuerpos.
La impermanencia es, así, una gran cuestión en el budismo y su comprensión es de una importancia capital para la vida cotidiana de todas las personas.
¿A qué podemos llamar permanente en nuestras vidas,
si desde que nacimos nuestro propio cuerpo no ha cesado de cambiar
y está destinado a morir?
Las sensaciones traen apegos y la pérdida de lo que amamos nos trae sufrimiento.
Como enseñó Buda en el Sutra de los Cuarenta y Dos Capítulos, miremos hacia arriba, hacia abajo y alrededor del mundo, encontraremos impermanencia.
Pese a ello, nos aferramos a nuestras pasiones y a nuestras posesiones, al punto de que somos capaces de sacrificar por ellas nuestra salud, nuestra paz y hasta nuestras vidas.
«Son -dijo Buda- como el niño que trata de comer un poco de miel untada en el filo de un cuchillo.
La cantidad no es suficiente para apaciguar el apetito, pero se corre el riesgo de herir la lengua».
La impermanencia a veces nos parece un hermoso juego.
Vamos de sensación en sensación, disfrutando de nuestras emociones.
Particularmente para los jóvenes, el presente parece una oportunidad única para explorar y disfrutar de los sentimientos de felicidad o de gozo, sin percibir que el ahora es la gran oportunidad para educar la mente y generar el devenir. Así, el emplazamiento del aquí y el ahora no es para hacer un brindis a las sensaciones.
Como enseñó Buda, aferrándonos a nuestras pasiones somos como el que lleva una antorcha contra viento.
Fácil es que nos quememos la mano.
Cuando nos aferramos a las sensaciones y a las posesiones, queremos que esos estados de felicidad, gozo o dominio sean permanentes. Pero la realidad no es así, y al no ser del modo que queremos, en medio del hermoso juego encontramos el sufrimiento.
Y aunque temporalmente pudiera parecer así, la eventualidad de las pérdidas es capaz de robarnos el sueño.
Pero, ¿cómo no amar si el mundo está lleno de belleza; cómo no aspirar a la sensación de felicidad o de gozo, si ambos son consustanciales a la vida y encima el dolor y el sufrimiento nos pueden acechar en cada esquina?
¿Cómo no aferrarnos a la vida o a nuestras posesiones, si esta vida es lo único que nuestros pensamientos perciben con objetividad, y sin nuestras posesiones caeremos en la más absoluta miseria?
El Camino Medio, enseñó Buda: la moderación.
Fortaleciendo nuestro carácter, para que los pensamientos extremos no nos lleven a perder el contacto con la realidad, y para que el miedo a las pérdidas no cause que nuestra imaginación y nuestra voluntad se dirijan a crear más deseos y egoísmo.
Ser Azul
Lic.ILeana Costogianis
Lic. Comunicación Social (UBA)
Editora Ser Azul