¿Estoy viviendo la vida o la vida me vive a mí?
Resignificar lo cotidiano puede empezar a transformar nuestra vida entera. Por Natalia Carcavallo.
Hacer que la vida tal como la conocemos sea una experiencia sagrada es posible.
No necesitamos retirarnos a un monasterio, ni dejar de frecuentar nuestros grupos de pertenencia.
No es condición la soledad de los ermitaños de otros tiempos, ni evitar ser parte de una familia, y menos aún cuestionar los roles a los que la vida tal como es, nos convoca.
Lo que sí necesitamos es atrevernos a experimentar lo cotidiano desde una nueva perspectiva y habilitarnos para encontrar, en la mayor cantidad de experiencias posibles, una nueva dimensión, una nueva profundidad.
Hace unos días a punto de irme a dormir, una sensación me tomó por completo.
¿En qué momento se pasó el día?
Parecía que apenas hacía unos breves minutos me estaba por ir a dormir, el día anterior.
Nos perdemos a nosotros mismos, la mayoría de las veces, la mayoría del tiempo. Hacemos todas nuestras tareas en automático y así nos empezamos a empobrecer y a empequeñecer.
Esa extraña experiencia de un tiempo sin tiempo que teníamos en el encierro, quizás no se terminó con él. En la pandemia podíamos comprender con claridad por qué el suceder de los días era un continuo de nada, para algunos, y un continuo de demasiado para otros.
Entonces me hice la segunda pregunta: “¿En dónde me perdí?”.
Es un ejercicio que intento practicar a diario, recordando mi día y tratando de discernir qué cosas me sacaron de mí y me obligaron a sumergirme en una burbuja extraña de sucesos externos que nos alejan del propio registro y de la presencia.
A veces lo experimentamos en una pequeña dosis cuando de pronto oscureció, de pronto se hicieron las 19 y no sabemos en qué se nos drenó el día. De pronto es viernes otra vez y no sabemos cómo pasó una semana más y dónde estuvimos todo ese tiempo.
Nos perdemos a nosotros mismos, la mayoría de las veces, la mayoría del tiempo. Hacemos todas nuestras tareas en automático y así nos empezamos a empobrecer y a empequeñecer.
Despertar a la vida
En ocasiones cuando podemos darnos cuenta, parece que es demasiado tarde. No solo pasaron días y meses. A muchas personas los sorprende la misma pregunta después de muchos años. ¿Dónde estuve todo este tiempo?
Hace un tiempo le dije a una persona muy querida: “Qué bien que está tu papá! Se lo siente conectado con a la charla, reflexivo, cariñoso y con las emociones a flor de piel”. “Mi papá despertó a la vida”, me respondió ella. Y jamás olvidé la frase. Es eso. Tan simple y tan contundente: necesitamos despertar a la vida.
Muchas personas “despiertan a la vida” después de una gran crisis, una pérdida dolorosa, un fracaso, o un suceso inesperadamente triste. Es un shock, una muerte simbólica y un renacer. Se produce entonces una nueva vida dentro de la misma vida.
Algunos de nosotros lo experimentamos más de una vez. Suelo relatar algunas experiencias del pasado recordando esos años, no por el acontecimiento en sí, sino como un tiempo en el que “la vida tal como la conocía se terminó”.
Pensarlo de esta forma es muy interesante, porque eso también nos valida y nos prepara para la próxima vez que suceda. La vida tal como la conocemos se terminó varias veces y entonces si volviera a suceder, sabremos, al menos, que estamos listos para ir a buscar una nueva, al tiempo que nos sea posible.
Lo cierto es que todos y todas tenemos la oportunidad de dar un paso, de cambiar la perspectiva, de profundizar la conciencia con la que experimentamos la vida, sin la necesidad de que nos pasé un hecho trascendental.
Podemos usar lo cotidiano como práctica, e ir ampliando esos momentos en que nos habilitamos para hacernos las preguntas más simples. ¿En dónde estoy? ¿Cómo estoy? ¿En dónde me perdí? Necesitamos darnos el tiempo para darnos cuenta.
Regresar
Regresar al registro de lo propio y del entorno modifica la percepción y entonces todo se redimensiona. Cuanto más lo hagamos, con mayor facilidad incorporaremos este sano hábito.
De a poco iremos ganando momentos de conciencia, entendiendo las rutinas de una nueva forma y recobrando la certeza de que podemos encontrar sentido a cada tarea por más irrelevante y aburrida que nos parezca.
Las rebeldías internas, los desacuerdos, el cansancio y la obligación de lo diario se empiezan a comprender de una nueva manera. El tedio se empieza a disipar.
No es fácil sostenernos en este estado de conciencia, porque el incesante ir y venir de experiencias, llamados, problemas y demandas, a veces nos hace sentir que la vida nos lleva puestos.
Entonces podemos hacernos otra pregunta:
¿Estoy viviendo la vida o la vida me está viviendo a mí?
Cuando me empiezo a sentir muy perdida, siempre vuelven a mis las palabras que nos dejó el gran sabio maestro Thitch Nan Hat
“Transformar la propia basura, hacer sagrada la rutina y resistir”.
Thitch Nan Hat
En este tiempo sobreestimulado y urgente, hacer sagrada la rutina, parece una utopía, pero me gusta tenerla como un horizonte, como una inspiración.
Quizás sea un propósito inalcanzable en su totalidad, pero nos puede marcar una dirección para empezar a transformar cada momento que nos sea posible e ir recuperando la magia que muchas veces permanece escondida en lo más simple y en eso que aún no somos capaces de ver.
Que así sea.
Natalia Carcavallo.
wetoker.com
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