Hay momentos de la vida en los que tenemos la valentía de dejar caer las máscaras.
Son quiebres que sirven para deshacernos de los mandatos y de lo que nos pesa y ya no nos sirve.
Por Natalia Carcavallo
Cuando nuevas preguntas brotan desde adentro empezamos a buscar.
Algunos las hemos tenido siempre y se convirtieron en un motor.
Encontramos respuestas y nos aliviamos por un tiempo.
¿Quién soy? ¿Para qué estoy acá? ¿Cuál es el sentido de todo esto?
Muchas personas resolvieron sus primeros cuestionamientos cuando hicieron un carrera y desarrollaron su profesión. Otras, en la construcción de su familia, o en experiencias como viajar, aprender, potenciar un talento que apareció como hobby y que con el tiempo se convirtió en una nueva forma de vida.
Necesitamos volver a parirnos a nosotros mismos y a acunarnos,
darnos tiempo y quizás volver a contarnos nuestra propia historia con una mirada más amplia y amorosa.
Pero en ciertos momentos, estas preguntas regresan con más fuerza y en la desesperación que trae la incertidumbre, volvemos a buscar certezas y afirmaciones que definen quiénes somos y si lo estamos haciendo bien, fuera de nosotros. Eso ayuda y nos ofrece la definición de una identidad por un tiempo más.
Es como estar parado en el descanso de una escalera, respiramos un poco, pero hay que seguir.
La vida nos impulsa a eso desde adentro de nosotros mismos o por aquello que viene de afuera.
Una crisis vital inesperada, una muerte, el fin de un amor, la culminación de un trabajo, o tantas otras surgen como catalizadores del fin de la vida tal cual la conocíamos ¿y ahora?
Necesitamos volver a parirnos a nosotros mismos y a acunarnos, darnos tiempo y quizás volver a contarnos nuestra propia historia con una mirada más amplia y amorosa.
Estoy segura que para muchos este simple relato que sigue puede abrir una puerta.
Un día le preguntaron a Miguel Ángel cómo se había inspirado para esculpir el David y él con la humildad de los grandes, respondió: “El David siempre estuvo escondido en ese gran bloque de mármol, lo único que yo hice fue quitar las partes que sobraban”.
¿Y si de eso se trata? De no agregar más capas de “deber ser” y de pergaminos externos. ¿Y si es empezar a deconstruirnos, a sacar de nosotros todo lo que ya no somos y todo lo que nos dijeron que éramos?
¿Quiénes somos sin todas esas máscaras que fuimos asumiendo para sobrevivir y que ya no nos sirven?
Ahora que Marie Kondo es un boom, es posible hacer esta analogía con el orden.
Sus premisas de tirar, donar y dejar ir todo lo que no nos hace felices es aplicable a entornos de los cuáles no disfrutamos, amistades que dejaron de ser, parejas con las que ya no logramos encontramos.
¿Necesitamos sostener tantas relaciones?
¿Hay que estar presentes en tantos grupos de whatsapp?
¿Si no vamos a las reuniones anuales de nuestros amigos de la secundaria, dejaremos de ser personas queridas?
Claro que no. Hay que alivianarse un poco de lo que ya no es.
Mas allá de las cosas, de las relaciones y de los grupos de pertenencia con los cuáles ya no tenemos nada para compartir, es muy sanador quitarnos de encima esas partes de nosotros mismos que nos demoran.
Son los aspectos sobrantes a los que hacía referencia Miguel Ángel para que lo verdadero, lo escondido, lo que siempre fue, salga a la luz.
Son cosas y formas de ser sobre las que muchas veces pudimos hacer pie y sostenernos, pero de pronto se convierten en anclas de cemento que nos hunden más.
Nos terminan llevando a fondo por su propio peso y por el esfuerzo enorme que hacemos en querer seguir respirando atados a ellas.
Hay máscaras necesarias y funcionales para atravesar la vida en todos los roles que debemos cumplir, pero a veces nos identificamos con una de ella y nos olvidamos qué hay debajo.
Nos olvidamos quienes somos.
Ya lo dijo hace siglos Séneca: “Nadie puede llevar la máscara durante mucho tiempo. No solo a los hombres, sino también a las cosas, hay que quitarles su máscara y devolverles su aspecto real.”
¿No son esas cosas a las que se refiere el filósofo, los diplomas, los cargos, los seguidores en las redes, los amigos de Facebook, las etiquetas y la carrera interminable por ser exitoso en lo que sea?
¿Cuánto vale todo eso en realidad para uno?
Quizás no sea ir a buscar más, tal vez la respuesta sea el regreso a nosotros mismos y a nuestra verdad.
Además de Séneca, Jung también nos describió y explicó la posibilidad de evolución a través de las máscaras.
La máscara (o el personaje) es uno de sus arquetipos.
Hay máscaras necesarias y funcionales para atravesar la vida en todos los roles que debemos cumplir, pero a veces nos identificamos con una de ella y nos olvidamos qué hay debajo.
Nos olvidamos quienes somos.
Uno de estos aspectos con los que nos identificamos nos toma la vida.
Y entonces ¿quién vive?
Reconocer las máscaras que ya no nos sirven es un acto de valentía y recordarnos quiénes somos es un proceso que se vive en soledad.
Ernesto Sábato escribía sobre esto en Sobre héroes y tumbas: »
¿Qué máscara nos ponemos, qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? “
Respondernos su pregunta puede ayudarnos a volver a nosotros mismos y a lograr relacionarnos con la vida propia y con los otros sin la necesidad de actuar permanentemente.
Hay lugares y personas con las que estamos a salvo y estoy segura que son muchas más de las que creemos.
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