¿Y si no estamos retrocediendo? ¿Y si sólo estamos buscando el momento, el apoyo y la tensión correcta para que la flecha sea lanzada más allá de lo que hoy vemos como posible?
Por Natalia Carcavallo
Hay momentos en que la vida parece detenerse e incluso podría parecer que de alguna forma estamos retrocediendo. Nos sentimos inquietos. Queremos accionar y dar un paso, pero todo parece decirnos “No, ahora no”, “todavía no”.
Esa sensación de limbo, de confusión y de no saber por dónde seguir es habitual en muchas personas. Para algunos se siente como la calma que precede a la tormenta, a la tormenta bien entendida, la que alivia, refresca y vuelve a nutrir nuestra tierra. Para otros, es la pausa donde no hay certezas y el camino a seguir no se ve con claridad, el horizonte se desdibuja y eso inquieta aún más.
Me sorprendo en muchas conversaciones intentando transformar estas sensaciones en algo que resignifique la restricción y transforme estas sensaciones en una imagen de posibilidad. En ese afán se me dibuja otra imagen, se me actualiza una enseñanza que llevaba guardada y que ahora pulsa por ser compartida y para darme a mí también, un sentido de crecimiento cuando nada de eso parece cercano.
Retrocediendo para crecer
“Hay momentos en la vida que parecen un retroceso, pero en realidad son movimientos de crecimiento. No nos damos cuenta, pero cuando damos dos pasos para atrás, nos preparamos para dar cinco hacia adelante. Es como en el arte del tiro al blanco, nuestro brazo retrocede, para encontrar la tensión y la fuerza justa del arco, hacer foco en el blanco y que nuestra flecha llegue más allá. No estamos retrocediendo.
El movimiento que parece llevarnos hacia atrás es necesario para hacer este lanzamiento simbólico con la distancia y la perspectiva correcta”.
La imagen se me precipitó y encontré cierto alivio y coherencia al entender de otra forma esos movimientos y esos estados. Fui a buscar la ratificación de la imagen que emergió como una intuición de certeza en Un Zen en el arte del tiro con arco y flecha, un libro que había leído hace muchos años del filósofo alemán Eugen Herrigel. que fue traducido a más de treinta idiomas en todo el mundo.
No es lo que hacemos, sino cómo lo hacemos
“El arte del tiro con arco no consiste en lograr algo, sino en despojarse de lo innecesario. Lo que cuenta no es lo que uno hace, sino cómo lo hace. Uno no debe forzar el tiro, sino dejar que el tiro ocurra por sí mismo.
El arquero no debe lanzar la flecha, debe dejar que se lance sola. Se requieren años de práctica para que el tiro se dispare solo. Cuando tú, el arco y la flecha se convierten en uno, el tiro sale de ti sin esfuerzo. El maestro no enseña a disparar al blanco, sino a estar en armonía con el proceso”, estas citas de la obra de Herrigel explican el proceso.
Es como en el arte del tiro al blanco, nuestro brazo retrocede, para encontrar la tensión y la fuerza justa del arco, hacer foco en el blanco y que nuestra flecha llegue más allá.
A lo largo del libro, su autor nos comparte alguna de estas enseñanzas que todos podemos aplicar a nuestra vida, ahora, y en cualquier situación, para rebelarnos contra el ritmo, la necesidad de resultados concretos y de respuestas inmediatas que se nos imponen como “lo normal”. Herrigel nos ofrece muchas otras experiencias que se pueden sintetizar en estas otras máximas del Zen que son de mucha ayuda en momentos como estos.
“Debes aprender a confiar en lo que no puedes ver, ni comprender, y solo entonces aprenderás lo esencial”.“Es necesario entregarte por completo al arte, sin ninguna expectativa de lo que recibirás a cambio”. El perfecto tiro es aquel que no requiere ningún esfuerzo, surge desde lo más profundo de tu ser”.
Como en la vida misma, el autor nos recuerda que no se puede comprender ninguna de todas estas enseñanzas a través de la razón.
“Es fundamental experimentarlas y practicarlas de forma sostenida. El Zen y el tiro con arco no se centran en los resultados, sino en el proceso de desapego”, explica.
Retrocediendo para liberar
Herringel le dedica también unos párrafos al trabajo incansable que necesitamos hacer para domesticar nuestro ego. “Ya sabe que no debe lamentarse por los malos tiros; aprenda ahora a no regocijarse con los buenos. Debe liberarse de las acechanzas del placer y del dolor y aprender a elevarse sobre ellos en una ecuanimidad natural, a alegrarse como si no hubiera sido usted quien disparó con tanta perfección, sino otro cualquiera. Esto también debe practicarlo sin cesar; no se imagina la importancia que tiene”.
En estos tiempos en que se habla con determinación y vehemencia de la imperiosa necesidad de encontrar un propósito, yo prefiero recuperar una última frase de este libro: ”El verdadero arte carece de propósito, de fin determinado. Cuanto más obstinadamente trate de aprender a disparar la flecha para acertar el blanco, menos logrará lo primero y más se alejará de lo segundo. Lo que se interpone en su camino es el hecho de que usted posee una voluntad demasiado terca. Usted piensa que lo que no hace por sí mismo simplemente no sucede”.
Muchos de nosotros estamos encontrando paz y un sentido trascendente del presente en hacer lo correcto, en mejorar nuestras acciones, en gestionar de una mejor forma nuestros cambiantes estados emocionales, en ordenarnos internamente y en aliviar la carga que ya no queremos ni podemos sostener. Ese proceso de mejora individual, se siente mejor aún cuando lo llevamos con la conciencia de que cada movimiento propio afecta a nuestro entorno y más allá. Siempre sentimos que queda mucho por hacer, sin embargo, la mayoría de las veces, lo más importante que hacemos no sucede por nosotros, sino a través de nosotros. Recuperar esta certeza, puede hacer más fácil el camino que nos queda por recorrer.
Que así sea.