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Rituales cotidianos para aprovechar los tiempos de cambio

Existen infinitas enseñanzas en nuestras actividades diarias si logramos hacerlas con un compromiso diferente y desde otra conciencia. Hagamos que lo habitual se vuelva ritual. Por Natalia Carcavallo

Estamos todos en transición todo el tiempo, sepámoslo o no. A veces, los movimientos se sienten con más fuerza, y en ocasiones son los pequeños cambios imperceptibles los que nos van llevando de forma menos obvia y con cierto misterio hacia aquello en que nos estamos convirtiendo.

Hace unos días, fue el equinoccio de otoño y el nuevo tiempo se empieza a hacer patente. El año finalmente se inicia, y junto al clima y al paisaje, también somos convocados a hacer un movimiento de transición.

Tenemos la posibilidad de acelerar los procesos externos e internos que tantas veces hemos propuesto. En los períodos en que la naturaleza precipita los cambios, se nos facilita también poder renovar y reacomodar muchas cosas en nosotros. Si nos animamos a sentir el cambio de estación de una forma más profunda, encontraremos la oportunidad.

Vaciar el placard

Uno de esos movimientos de transición y que podemos hacer desde otra consciencia es vaciar el ropero, los cajones y cambiar la ropa del lugar. Reacomodar el placard es para algunos una tarea tediosa, pero también puede hacerse en modo ritual.

¿Qué nos sucede cuando sacamos la ropa guardada? Iniciamos un proceso.
“Esto no lo voy a usar más”. “¿Por qué aún guardo este saco? Este pantalón se puede reciclar. Necesito desprenderme de esos vestidos. ¡Pero me traen tantos recuerdos! ¿Me los quedo un año más? ¿A quién se las podría regalar? ¿Qué conservo? ¿Qué cosas dono? ¿A qué le doy una nueva oportunidad?

Cuando sacamos todo lo que tenemos guardado, para limpiar en profundidad, nuestro entorno se vuelve un caos. No sabemos por dónde vamos a empezar. Parece una tarea titánica. Surgen las rebeldías. “¿Para qué me metí en esto? Lo dejo así. No tengo más ganas. Ok. Ahora no me queda más remedio que continuar”.

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De a poco, todo se va acomodando en un nuevo lugar. Se empieza a sentir mejor y nos vuelve la calma. Tenemos la satisfacción de la tarea cumplida. Luego de hacer todo el movimiento, de separar lo que ya no usaremos de lo que sí, de decidir qué regalamos, que cumplió su ciclo, qué ya no necesitamos, y qué podemos reutilizar, las puertas de los placares y los cajones se vuelven a cerrar.

Cuando podemos comprender que estas tareas provocan en nosotros grandes enseñanzas, dejamos el fastidio de lado y las hacemos como una práctica de autoconocimiento. Y nos sorprendemos, quizás.

Después de todo ese movimiento, pareciera que nada cambió y sin embargo, todo cambió.

De qué me voy a alimentar

Esos procesos que algunos hacemos con la ropa, otras personas los hacen cuando vacían las alacenas, y al fin se deciden a desechar aquello que está vencido, cuando descartan todo lo que no van a consumir más.

“¿Por qué compro toda esta porquería? Voy a preparar los espacios para llenarlos de cosas de las que sí me quiera alimentar. Voy a reorganizar lo que tengo”. Empezamos a desechar lo que está vencido, recuperamos muchas cosas arrumbadas en un rincón que aún podemos usar. “Esto ya no es para mí. ¿En qué momento compré esto sabiendo que jamás lo iba a usar?
Por las dudas. Por las dudas ¿de qué?, ¿por las dudas de quién?”.

“Ahora con los frascos vacíos, con los estantes limpios y ordenados y con más claridad de saber qué es lo que tengo y qué es lo que necesito, me comprometo a elegir con otra consciencia aquello con lo cual me voy a alimentar. Puede funcionar. ¡Lo voy a intentar!”

Desacomodamos la cocina, nos enfrentamos a lo que perdió su oportunidad, a lo que se venció, a los restos de cosas que dejamos para usar en otros momentos que nunca llegaron. Y volvemos a darle un nuevo espacio, lo que decidimos que sigue vigente. Cerramos las puertas, respiramos con alivio. Nuevamente, pareciera que nada cambió, sin embargo, todo cambió.

Destapar el drenaje de la bañera

El ritual simple más incómodo y esclarecedor, en lo personal, sucede cada vez que tengo que destapar el drenaje de la bañera. Llevo de forma muy consciente esa imagen y todas las sensaciones que me provoca.

En el inicio, no soy capaz de ver qué es lo que obstruye el fluir del agua. Lo intuyo, pero postergo el tema. Puedo seguir así un tiempo más. No es tan molesto. Cuando al fin me decido a destapar el drenaje, los primeros movimientos se vuelven muy incómodos. Empieza a emerger la basura que estaba ahí tapando el fluir del agua.

La sopapa hace fuerza y de ese drenaje sale a la superficie toda clase de mugre, de olores, y de agua contaminada. Después de algunos movimientos, parecería que ya está, que es suficiente. Si insisto un poco más y vuelvo a usar la sopapa, en general, sale aún más basura. Cuando ese proceso termina todo vuelve a fluir. El agua vuelve a correr fácilmente.

Entonces, una vez más, pareciera que nada cambió, sin embargo, todo cambió.

Vuelvo una y otra vez a esa escena cuando necesita una comprender un proceso propio o el de alguien muy querido. Todo se vuelve muy obvio y fácil de entender.

Tiempos de Cambio

Cuando un nuevo tiempo se impone, cuando cambia el clima exterior, somos obligados a hacer procesos muy simples, que condensan profundas enseñanzas. Tal vez, algunas de ellas se encarnen en nuestra vida para siempre.

Estamos todos en transición, todo el tiempo, hacia un lugar mejor. En ocasiones, ciertas experiencias y algunos estados internos nos hacen creer que retrocedimos, pero esa percepción es errónea. Solo es producto de la confusión a la que nos somete el ego cuando pretende medir la vida en ridículas y superficiales unidades de éxito, de progreso y de evolución.

La vida en realidad no es lineal. Como la Naturaleza misma, se vive de forma cíclica. Sin embargo, cuando un ciclo termina no empezamos de cero. Nunca. Todo vuelve a comenzar desde un nuevo punto de partida, que nos actualiza posibilidades infinitas.

Que así sea.

Natalia Carcavallo
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