LA FOTO ES DE DAMIANA, UNA NIÑA DE LA ETNIA ACHÉ RAPTADA EN PARAGUAY EN 1896.ESTA IMAGEN LA ENCONTRÉ HACE POCO INVESTIGANDO EN UN ARCHIVO ALEMÁN.
En el 2010, después de 114 años, los restos de una joven aché fueron restituidos a su comunidad en Caazapá, Paraguay. Había sido llevada por colonos blancos a Buenos Aires para ser sirvienta y, antes y después de su muerte, conejito de indias.
Su esqueleto sin el cráneo fue encontrado en el año 2006, entre los miles de restos que conserva el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Su historia tremenda se inicia cuando un colono de Samoa, Chaco paraguayo, encontró su caballo muerto y le atribuyó el acto a los aché. Junto a un pequeño ejército de paraguayos blancos tomó por asalto a los nativos. En el claro de la selva -cuenta la historia- quedaron 3 cadáveres, dos hombres y una mujer, destripados. A su lado una criatura de 2 años lloraba. Los blancos la bautizaron “Damiana”, en honor al santo patrono de aquél día.
Fue llevada a la colonia para ser educada por los asesinos de sus padres.
Desde un primer momento, Damiana fue víctima de estudio. Una época en que los criterios raciales servían para justificar la expansión colonial. Alguien anotó en un cuaderno de campo que la bebé no cesaba de repetir las extrañas palabras “caïbú” , “aputiné” y “apallú”, voces con las que llamaba incansablemente a sus padres.
En 1898 la niña fue traída desde Villa Encarnación a la localidad bonaerense de San Vicente, ahí sería entrenada para servir en la casa de la madre del filósofo y psiquiatra Alejandro Korn, sita a pasos del Museo de Antropología de La Plata.
El lugar estaba lleno de antropólogos alemanes, siendo uno de los más conocidos Robert Lehmann-Nitsche, apodado “el erotólogo” por su afición a historias picarescas de los mitos y el folklore regional. Lehmann-Nitsche sometió durante años a Damiana a estudios antropométricos para compararlos con los de una niña de raza aria de la misma edad.
Esta es justamente una de las fotos que Lehmann le sacaba año a año para estudiar su desarrollo.
Quedando a merced de la familia Korn, Damiana aprende con soltura los idiomas alemán y castellano. Este aprendizaje fue calificado por los estudiosos como “asombrosa inteligencia natural”, algo extraño -decían- en las razas indígenas, consideradas en aquel tiempo por la cultura blanca como sub-humanas.
Cuando Damiana llegó a la adolescencia la rebeldía y desarrollo de sus formas corporales le trajeron un desafío: el amor. La piba escapaba de la casa por 2 ó 3 días para encontrarse con su enamorado o lo recibía en su habitación. Espantados, los Korn ataron un mastín a su puerta, pero Damiana no dudó en defender sus sentimientos y su libertad y envenenó al perro. Estos comportamientos contribuyeron a que en implacable informe Lehmann anotara: “Consideraba los actos sexuales como la cosa más natural del mundo y se entregaba a satisfacer sus deseos con la espontaneidad instintiva de un ser ingenuo”. Los intentos por educar a Damiana dentro de las reglas morales y cristianas de la época no resultaron y por eso fue declarada insana mental. Korn la internó en el hospital Melchor Romero (que él regenteaba) pero al no poder contener a la joven, la acusó de delincuente y la trasladó a un reformatorio de Buenos Aires. Dos meses y medio después la adolescente murió de tisis. La cultura blanca que la recibió no guardaba por la suya ningún respeto. Con apenas 15 años, lejos de su origen y de su familia, Damiana murió huyendo seguramente del desprecio y el desamor.
Después de morir su cuerpo fue decapitado. La cabeza fue enviada a Berlín, donde la recibió el famoso antropólogo físico Hans Virchowl. Luego de someterla a estudios de musculatura facial, antropometría, disección cerebral, etc. se presentó ante el plenario de la Sociedad Antropológica de Berlín y la cabeza de Damiana salió en sucesivas publicaciones. Pero la soberbia científica aún no terminaba, sabios capaces de descifrar el lenguaje de los cráneos tenían curiosidad por más estudios y búsqueda de indicios de una subespecie humana: el cerebro fue extraído y analizado. Al tiempo el cráneo de Damiana pasó a ser sencillamente anotado como “cráneo de una india guayakí de frente y de perfil”.
Más de un siglo después, el 11 de junio de 2010, antropólogos argentinos del Museo de Ciencias Naturales de La Plata llevaron los restos de Damiana hasta la comunidad aché de Ypetimi. Ancianos, jóvenes y miembros de otros asentamientos vecinos concurrieron a rendir un homenaje ya no a Damiana sino a la niña Kryygimaî. Tras conmovedores gritos y llantos del ritual ancestral, la raptada, manoseada, humillada y muerta, fue recibida para ser velada toda esa noche. Al día siguiente, lejos de las cámaras y las miradas de los extraños, su pueblo le dio sepultura en un lugar secreto dentro del bosque, para que al fin descanse en paz.
El antropólogo alemán Robert Lehmann Nitzche tomaba fotos a indígenas americanos en busca de establecer paralelos y diferencias de estas razas con la aria.
Mi publicación hace un par de días de la foto de la niña Damiana -tomada del mismo archivo germano- generó en mi muro de facebook y en otros un revuelo notorio, con opiniones, emociones e indignaciones por el suceso. Me parece sano que haya pasado.
Que el poder perturbador de esa foto y su historia haya hecho hablar de estas zonas habitualmente silenciadas. Muchos de esos comentarios centraron el conflicto en cierta mirada europea sobre los americanos. Es una parte de la verdad, sólo una parte.
No me parece justo soslayar, más allá de ella, cuál era el lugar que esas tribus ocupaban aquí, entre nosotros mismos. O al menos entre quienes conducían nuestros destinos.
Después de una juventud francamente antisarmientina le fui admitiendo con los años al tipo cierta grandeza en algunos aspectos, que si bien no me llevan a quererlo me han llevado a valorar bastante de sus aportes controvertidos.
Pero si hubo un aspecto siniestro en su pensamiento y el de buena parte del poder de la época, fue ese justamente: su mirada sobre esos pueblos originarios.
Estas son dos publicaciones de Domingo Faustino sobre el tema.
No despertará seguramente tanta adhesión emocionada como el otro relato.
Y algunos tal vez se fastidien. Pero si no entendemos lo de Damiana en ese degradado contexto nacional, seguiremos pensando alegremente en que mal viene siempre de afuera.
“Estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraní es, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería a la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie… Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.
(D.F.S. Carta a Mitre, año 1872)
“¿Lograremos exterminar a los indios? Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Esa canalla no son más que unos indios asquerosos a quienes mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son todos. Incapaces de progreso, su extermino es providencial y útil, sublime y grande. Se les debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”.
(D. F. S. El Progreso, 27/9/1844; El Nacional, 25/11/1876)
“Tengo odio a la barbarie popular… La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil… Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad? El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden… Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas”.
(D.F.S. Carta a Bartolomé Mitre, del 24 de septiembre de 1861)