Tanto de manera individual como colectiva, estamos atravesando la incertidumbre.
Queremos hacer planes aunque sabemos que aún no es tiempo. El valor de proyectar a corto plazo.
Por @naticarcavallo
Seguimos tratando de comprender de qué se trata este tiempo e intentando bocetear, a mano alzada, algún diseño posible de cómo será aquello que está por venir.
Necesitamos encontrar alguna certeza, pero aún quedan algunos movimientos más por suceder. Lo saben los que ahora deben tomar las grandes decisiones que afectan la vida de todos: los científicos, los médicos, los economistas y las personas que pueden leer los lenguajes simbólicos.
Aún no se puede ver más allá de unos pocos pasos delate de nosotros. Ni siquiera podemos poner rumbo al horizonte para quejarnos de que “cuanto más voy pa allá, más lejos queda y cuanto más de prisa voy, mas lejos se va”, como canta Serrat. No hay horizonte ni posibilidad de imaginarlo.
Tiempo de un movimiento que aún no terminó.
Necesitamos prepararnos para una nueva forma de vivir que aún no se plasmó. Estamos como en un limbo. Intentamos imaginar cómo será esa nueva cotidianeidad para poder dotar a este presente de algo previsible y sin embargo, en lo profundo, sabemos que aún no es tiempo. Todo sigue moviéndose. Estos procesos, ni siquiera se comportan de forma lineal. Son inevitables e imprevisibles. Estamos en el medio de “algo” que no podemos controlar.
También podríamos pensar este tiempo como si fuese un rito de paso ¿Será entonces que estamos obligados todos a crecer como individuos y como humanidad? Los ritos de paso son momentos iniciáticos e inevitables para cambiar de un estadio a otro.
El primer rito que todos hemos tenido que atravesar, es nacer. Nacer fue inevitable. Si nos hubiésemos quedado en ese lugar placentero (de placer, no de placenta… aunque ahora que lo escribo me pregunto si no habrá alguna semejanza o alguna coincidencia etimológica), nos hubiésemos muerto.
La Naturaleza misma de los procesos de gestación nos obligó a salir de allí.
Atravesar el canal de parto no es simple. Entre el útero y la nueva vida hay que un espacio estrecho y oscuro. A veces es difícil y todos nacemos llorando. Esa es la señal de que hemos logrado salir vivos de ese proceso.
De alguna forma podemos simbolizar este presente así, como si estuviésemos encajados en ese canal, quietos, esperando el tiempo preciso para hacer un esfuerzo más y finalmente poder salir a algo desconocido.
Cambio que nos excede, es una decisión de la naturaleza
En ocasiones los ritos de paso se romantizan y se festejan.
Sin embargo, para la persona que lo vive puede ser un tiempo de mucha angustia y desolación.
Hay que dejar el mundo conocido. Podemos recordar un montón de momentos así en nuestra vida.
El paso de la primaria a la secundaria. El final del colegio y la salida a una nueva vida. Un divorcio. Terminar una carrera. Una migración. La maternidad y la paternidad.
La vida tal como la conocíamos debe terminarse y hay duelo, incertidumbre y ese miedo de saber que lo único que podemos hacer es dar un paso más hacia algo que aún no sabemos de qué se va a tratar. Aunque lo hayamos deseado y soñado, lo que viene trae también el dolor por lo que ya no será nunca más.
Hace muchos años Horacio Ejilevich Grimaldi que era, en ese entonces, el director de La fundación Jung de psicología analítica, publicaba en la web una descripción excepcional acerca de lo que significa el Arquetipo del cruce y el por qué era semejante a un rito de paso.
El arquetipo del cruce nos demuestra la transición entre una situación (la presente) agotada y el comienzo de una nueva. Nos indica, no solo la transición entre dos etapas de vida, sino también puede ser considerado como un ritual de iniciación.
Cuando estamos tomados por el arquetipo del cruce se producen esos momentos en los que tenemos que tomar decisiones trascendentales en la vida. Emergen grandes crisis fundantes luego de las cuales ya no nos es posible dar marcha atrás.
Se trata de una imposibilidad, que, a menudo supera nuestro entendimiento y, marca un solo camino: Hacia delante.
La vuelta hacia atrás, consciente o inconscientemente, está vedada por circunstancias que pueden ubicarse tranquilamente en absolutas o estar más allá de lo controlable”.
Este tiempo es doblemente difícil porque todos estamos enfrentados a ritos de paso en lo individual y en lo colectivo sin precedentes. No hay libros, especialistas, ni analogías a otros tiempos. Todo está siendo creado y recreado. Tampoco sabemos cuánto duraremos en ese canal de parto oscuro y a veces tenemos la fantasía que nos vamos a quedar en él para siempre.
Además este rito de paso se manifiesta simultáneamente en las partes conocidas de nosotros mismos y las que no somos capaces de percibir con nuestro cinco sentidos.
Podemos pensarlo también como una de las etapas del viaje del héroe del que tanto escribió el reconocido mitólogo Joseph Campbell. En El héroe de las mil caras afirma que todas las historias y los mitos tienen un patrón común.
El protagonista experimenta sus crisis de dos formas, las físicas y las espirituales.
La osadía con la que tiene que atravesar el mundo material lo lleva a salvar una vida, o la vida de otra persona, quizás en modo simbólico.
En estos tiempos, todos hemos hecho cosas extraordinarias para mantenernos vitales y en eje o sosteniendo a otros. En el plano del espíritu, se nos desafía a recobrar una fe y una conexión con algo más grande que nosotros mismos que nos transforma para siempre y nos hace regresar a la nueva vida con un mensaje para transmitir.
Tal vez, podamos estar presente en este desafiante día a día sosteniendo la perspectiva de este tiempo como un rito de paso y que así se nos reafirme ese anhelo del alma de que sea como sea, el proceso termina bien. Al final, naceremos a una nueva vida posible.
Tal cual lo describe en su ponencia, Izcovich el cuadro de Gericault La balsa de la Medusa puede sintetizar muy bien este tiempo. “La obra transmite no solamente la desesperación del naufragio, sino también la imposibilidad de revertir la situación. Algunas figuras, se encuentran entregadas a su suerte, otras buscan en el horizonte, una alucinatoria salvación, pero lo que las une es ese espacio: la barca, de la cual no pueden salir y que constituye al mismo tiempo la prisión y la única esperanza”
“Viaje bueno, Alicia”, le diría el conejo a la protagonista del famoso cuento de Lewis Carroll .