La situación se fue acelerando con el tiempo y aumentaron los contagios. Lo que era esperable para muchos se precipitó. Cómo afrontar lo que no se puede modificar.
La pandemia entra en una fase crítica, como sucedió en tantos otros lugares.
Debemos enfrentarnos al virus que expande su potencial de contagio y a todo aquello que nos provoca en lo personal y de manera colectiva.
Más allá de cómo cada uno decida o pueda llevarlo adelante, hay algo que nos interpela a todos.
Estamos frente a lo inevitable. Este tiempo iba a llegar y ahora hay que vivir lo que sea que nos toque.
Hay demasiadas cosas sobre las cuáles no podemos decidir, pero también existen muchas otras en las que sí nos es posible tener cierto control y elegir.
¿De qué forma vamos a atravesar lo inevitable?
Compartiendo conversaciones con personas que tienen esa hermosa capacidad de pensar y de ver un poco más allá, aparece una constante: todos los que ya hemos sido atravesados por una crisis vital entendemos que este tiempo es sólo una crisis más.
De cierta manera, y a pesar de la incertidumbre, recordamos e intuimos de qué se trata el fin de la vida tal como la conocíamos. No es igual, pero esto ya nos sucedió alguna vez y quizás algunas cuantas más.
Hay demasiadas cosas sobre las cuáles no podemos decidir, pero también existen muchas otras en las que sí nos es posible tener cierto control y elegir.
Al principio es el shock, el golpe inesperado, el derrumbe de todos los planes que habíamos hecho, la sensación angustiante de no saber si estamos soñando y la desesperación por creer que mañana, cuando despertemos, todo volverá a ser como antes.
Luego, lo inevitable empieza a tomar cuerpo y a tomarnos nuestro cuerpo también. Estamos enjaulados en esa nueva realidad. No podemos ver más allá y necesitamos una energía increíble para hacer las mínimas cosas vitales. Todo se experimenta como un tiempo sin tiempo.
Aparecen los lamentos, la victimización, la nostalgia y la bronca. La mente empieza a especular cómo sería nuestra vida hoy si esto no estuviese sucediendo. El shock es tal que el pasado incluso se romantiza contra el presente que parece no tener sentido más allá del profundo ardor interno de creer que lo hemos perdido todo .
Todos los que ya hemos sido atravesados por una crisis vital entendemos que este tiempo es sólo una crisis más.
Tiempos de Aceptar
De a poco empezamos a aceptar y a serenarnos. Ya casi respiramos sin pensar en ello y alguna que otra vez volvemos a sentir hambre. Podemos ver cierta posibilidad en medio de todo lo que ya no es. De a poco, una fe renovada de a poco se hace lugar y transforma ese desasosiego en una leve esperanza de que, con el tiempo, algo de todo esto adquirirá un sentido y aunque no sabemos aún por qué de cierta manera tiene que estar bien.
Una gran ocultista, con quien tengo el honor de compartir la vida, me recuerda siempre que el Universo no gasta un quantum de energía en hacernos vivir una experiencia que no sirva para nuestra evolución.
Sin saber bien cómo, empezamos a ver que algo adquiere un nuevo orden, aparecen herramientas, recursos, vínculos y enseñanzas. Esa crisis -que nos tomó la vida y que hizo desaparecer de un plumazo todo los planes que habíamos hecho- se reconvierte en una fuerza difícil de explicar que reacomoda nuestra columna vertebral para volver a ponernos de pie. Y así como se reacomoda el cuerpo, lo exterior también adquiere una nueva forma.
Oración tras oración empezamos a reescribir nuestro relato interno. Todo lo que hicimos “ a pesar de” se transforma en todo lo que hicimos “gracias a”.
Hay otras tantas personas que jamás pasaron por una crisis vital. Su cotidianidad, con ciertos altos y bajos, transcurrió sin demasiados sobresaltos. A todos ellos, este tiempo los atraviesa un poco más y un poco peor. Por suerte o no, carecen de recuerdos y de registros acerca de cómo se siente perderlo todo. Dichosos o no, viven en un cuerpo sin cicatrices y no poseen ese eco que vive en nuestra memoria de haber querido renunicar a la vida y de que no habrá nunca más nada igual ni mejor que lo anterior.
Los que atravesamos crisis vitales entendemos que hay etapas y procesos.
Que no podemos apurar el tiempo, ni tomar atajos y que cualquier intento evitativo del dolor nos traerá aún un dolor mayor. Entendemos que, en el medio del caos, a veces no se puede hacer nada más que respirar, recordar que tenemos que poner un poco de comida en el cuerpo y confiar que vendrá un nuevo orden, una nueva identidad y una certeza renovada que nos indicará hacia donde es posible dar un paso. De esta forma, aquello que hemos vivido anteriormente, hoy nos da herramientas, memoria y la perspectiva de que al final todo se acomodará en un mejor lugar.
Hoy, a los que nos sentimos sobrevivientes, esos golpes nos dan una ventaja. Las crisis no nos hicieron peores ni las tuvimos como castigo. Haber podido sobrevivir a ellas tampoco no nos hace mejores, pero sí nos obligan a ejercer estos tiempos con responsabilidad. Podemos comprender la desesperación del otro, tenemos sensibilidad para empatizar y sabemos que somos capaces de acompañar en lo que sea. El dolor propio, vivido con conciencia, también es un don que podemos ofrecer a los demás.
Con el encierro obligatorio, la vida tal como la conocíamos se terminó y esa “normalidad” no volverá a existir nunca más. Cuando podamos salir, vamos a abrir las puertas como viejos conocidos y a la vez como auténticos desconocidos para aprender muchas cosas que dábamos por obvio y ejercíamos inconscientemente.
Es una ilusión pretender eludir lo inevitable. Cuanto más insistamos en postegar la transformación a la que somos llamados, más fuerza y más prepotencia tendrá lo que viene desde afuera, hasta que la verdad nos explote en la cara. Entonces, una vez más, aquello que no hicimos por elección deberemos hacerlo por obligación, en medio del caos y asumiendo responsabilidad por dolores que podrían haberse evitado.
Charles Chaplin decía que hay algo tan inevitable como la muerte: la vida. Nacer a la vida nueva también es inevitable ¿Cuánto estamos dispuestos a resistir?
Por Natalia Carcavallo
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