Esenciales. Cuando miramos un horizonte sin certezas, quedamos descolocados. Sin embargo, en la solidaridad y el compromiso con el otro, podemos encontrar una fuerza nueva. Por Natalia Carcavallo
“Empieza haciendo lo necesario,
San Francisco de Asís
después lo posible y de repente te encontrarás
haciendo lo imposible.”
La pandemia ha puesto sobre la superficie y ha hecho, al fin, visibles a todas aquellas personas que son esenciales para que el resto de nosotros podamos llevar adelante nuestra vida de la mejor manera posible. Son quienes ponen su tarea diaria al servicio de otros y se exponen en este hacer, a pesar de todos las amenazas visibles e invisibles que existen en el afuera.
El encierro nos ha obligado al resto a quedarnos dentro de casa y dentro de nosotros mismos y enfrentar los límites y el final de muchos aspectos de la vida tal como la conocíamos sin saber cómo será aquello por venir. Las certezas desaparecieron y sostener esta incertidumbre es un desafío minuto a minuto. El patrón es que no hay patrón.
La fuerza vital y las ganas de hacer también regresan a nosotros cuando logramos ver lo que sí hicimos y hacemos bien, con la capacidad de amor y servicio que hay en cada uno.
Aún no comprendemos del todo para qué nos estamos preparando y esto genera un estrés difícil de definir.
Se habla de ansiedad social, del síndrome de la cabaña, de la necesidad de empezar a entender que además de la salud del cuerpo necesitamos empezar a cuidar nuestra salud mental, emocional y espiritual. Es así. Estamos tristes, agotados, agobiados, sin resto y sin ganas de nada más.
A muchos de nosotros, este tiempo sin fin, nos obligó a contactarnos con nuestras partes reprimidas, los temas pendientes y desestimar los vínculos que se sostenían por la inercia de la rutina. Esto hizo que el clima colectivo se enrareciera aún más. Demasiados proceso a la vez.
El encierro nos ha obligado al resto a quedarnos dentro de casa y dentro de nosotros mismos y enfrentar los límites y el final de muchos aspectos de la vida tal como la conocíamos sin saber cómo será aquello por venir.
Lo esencial es lo que permanece inalterable
La palabra resiliencia se puso de moda. Sí, del dolor nace una potencia increíble. La recuperación nos provee de una fuerza interna, de certezas y una maduración grandiosa. Sin embargo, también hay otros caminos posibles.
Además del dolor, puede nacer en nosotros una fuerza inesperada cuando nos ponemos al servicio de algo mayor, cuando ofrecemos nuestro tiempo para ayudar al otro y cuando podemos reconocer que nuestra vida tiene un sentido, que somos útiles, necesarios y que no pasamos, por aquí, en vano.
La fuerza vital y las ganas de hacer también regresan a nosotros cuando logramos ver lo que sí hicimos y hacemos bien, con la capacidad de amor y servicio que hay en cada uno. Lejos de pretender romantizar la experiencia ni de invocar estas fuerzas intangibles para resolverlo todo en un solo concepto, es real que existe un algo casi “todo poderoso” que emerge dentro cuando podemos conectarnos con lo bueno, con nuestro don de gente, que es en definitiva, lo esencial.
Lo esencial es lo que permanece inalterable, lo que nos permite resistir, aquello que es simple y está cerca de nosotros. Es urgente volver a recordarnos bien y tomar fuerza de nuestras partes más luminosas porque habrá mucho por hacer. Abrumados, estresados, apáticos y con miedo, somos débiles, manipulables y estamos vencidos.
Ser esenciales más allá de la tarea
Mientras muchos esenciales se están ocupando de tareas mayores, quizás sea nuestra responsabilidad, volver a intentar ponernos de pie recordando lo que sí. A veces es un desafío, porque aquello que nos hace esenciales es invisible. Sí, tal cual lo dijo El Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
Me gusta llamarlo la revolución de las cosas simples. Es ahí donde la esencia se manifiesta y donde podemos colaborar quizás, solo siendo. Todos somos esenciales si hacemos la parte que nos toca en todo este lío.
Hay algo que nos hace esenciales cuando llamamos al otro para saber solamente como está y si necesita algo. Cuando escuchamos con atención y con sólo una conversación algo cambia. Esencial es el amor puesto en una comida. Una casa limpia. Un gesto inesperado. Un “sos importante para mí».
Somos esenciales si podemos aliviar una tarea por más mínima que parezca y si hacemos la pregunta que abre todas las puertas “¿En qué te puedo ayudar?”. También somos esenciales cada vez que pronunciamos: “Dejá yo te lo resuelvo. Yo me ocupo”.
Cuando nos permitimos la empatía en el “te entiendo, sé a qué te referís”. Esencial es sostener esta rutina con el mayor cuidado posible. Eliminar la conversación del miedo. Neutralizar un conflicto. Ser amable con el otro, también es esencial. Perdonar, intentar la reconciliación.Esencial es una mirada cómplice en el momento preciso que nos devuelve el aliento.
A veces parece que no estamos haciendo nada y es ahí cuando en realidad lo estamos haciendo todo. Lo esencial, en ocasiones, puede ser sólo una presencia y ahora, una presencia virtual.
Somos Esenciales
A veces avanzar es retroceder. Regresar a recuperar aquello que habíamos olvidado, volver a mirar con ojos más grandes, como dice una sabia maestra.
Recuperar aquellas cosas que hicimos y que hacemos bien es también ser un poco más justos con nosotros mismos. Animarnos a ver lo posible, a crearlo, a manifestarlo y después, a ir un paso más allá.
Es el consejo sagrado de San Francisco de Asís: “Empieza haciendo lo necesario, después lo posible y de repente te encontrarás haciendo lo imposible».
El desafío que viene es grande y todos los que podamos debemos estar disponibles para lo que nos toque. En nuestra familia, con nuestros amigos, en el barrio, en una institución o en las organizaciones mayores.
En el hacer desde el ego, todos somos prescindibles, en las tareas del alma, todos somos esenciales.
Por Natalia Carcavallo
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