Cuidemos, amemos y honremos este “pálido punto azul” que permite que nuestra vida humana en la tierra sea posible. Un texto de Carl Sagan.
Por Natalia Carcavallo
Cada año, cuando agosto se acerca, me siento inspirada y obligada a la vez, a recordar que tenemos una oportunidad para reconectarnos con lo sagrado a través del vínculo con la tierra. En pocos días más, millones de personas haremos el ritual de la Pachamama como nos sea posible, tomaremos caña con ruda y la ofreceremos también como un acto de agradecimiento simbólico de todo lo que ella nos brinda.
No son tiempos fáciles para este mundo, ni para Gaia, para la Pacha y tampoco para La Tierra. Estamos siendo testigos y protagonistas de su destrucción acelerada.
Para muchas personas ya no hay posibilidad de detener su inminente destrucción.
Otros, aún ponen su vida al servicio para detener la contaminación,el extractivismo, la contaminación y la depredación.
La mayoría de nosotros hemos tomado tardía conciencia de la responsabilidad que tenemos como humanos, pero rápidamente incorporamos nuevos hábitos y prácticas para hacer el mayor aporte que nos sea posible.
Cada uno de nosotros nos sentimos convocados a diferentes tareas al servicio de todo lo que nos une y permite que nuestra vida sea posible.
Hoy quiero compartir un fragmento de este texto maravilloso que escribió hace ya casi treinta años Carl Sagan como un aporte para que logremos tomar perspectiva de quienes somos, que hacemos y para que podamos oir ese llamado urgente a hacernos responsables y a amar lo que nos fue dado.
Un punto azul pálido, la tierra.
Mira ese punto. Eso es aquí. Eso es casa. Eso es nosotros.
En él se encuentra todo aquel que amas, todo aquel que conoces, todo aquel del que has oído hablar, cada ser humano que existió, vivió sus vidas.
La suma de nuestra alegría y sufrimiento, miles de confiadas religiones, ideologías y doctrinas económicas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de la civilización, cada rey y cada campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada esperanzado niño, inventor y explorador, cada maestro de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie vivió ahí – en una mota de polvo suspendida en un rayo de luz del sol.
La Tierra es un muy pequeño escenario en una vasta arena cósmica.
Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto.
Piensa en las interminables crueldades visitadas por los habitantes de una esquina de ese pixel para los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina; lo frecuente de sus incomprensiones, lo ávidos de matarse unos a otros, lo ferviente de su odio. Nuestras posturas, nuestra imaginada auto-importancia, la ilusión de que tenemos una posición privilegiada en el Universo, son desafiadas por este punto de luz pálida.
Nuestro planeta es una mota solitaria de luz en la gran envolvente oscuridad cósmica.
En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.
La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, en este momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos.
Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad y construcción de carácter. Quizá no hay mejor demostración de la tontería de los prejuicios humanos que esta imagen distante de nuestro minúsculo mundo.
Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amablemente, y de preservar el pálido punto azul, el único hogar que jamás hemos conocido.
Que así sea.
Natalia Carcavallo
wetoker.com