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¿El que espera desespera?: la grieta sobre la Esperanza

conciencia

Muchos filósofos creen que es una de las mayores causas del sufrimiento de los hombres, sin embargo depositamos en ella la confianza para encarar el futuro. ¿Sirve o es solo el camino a la resignación?
Por Natalia Carcavallo

Hemos crecido escuchando historias, discursos y cuentos con moraleja que afirman una y otra vez que sin esperanza, no hay vida posible.

La esperanza es clamor popular, un llamado que a veces nos hermana, y que a veces nos conecta con la posibilidad de crear un futuro mejor. En ocasiones funciona como un motor que nos saca del pantano. En otras, la frase “no hay que perder la esperanza” es una muestra de resignación cuando uno no sabe qué decir frente a una crisis o al sufrimiento del otro.

Para muchos filósofos, la esperanza es una de las mayores causas del sufrimiento de los hombres, es lo que nos adormece, nos quita el impulso a la acción y nos narcotiza porque nos provoca sueños y deseos que probablemente nunca se realizarán. El mismo Nietzche decía: “La esperanza es, en verdad, el peor de los males, porque prolonga las torturas de los hombres”

Bienaventurado el hombre que no espera nada, porque nunca será decepcionado.

En la misma línea y bien lejos de los grandilocuentes discursos políticos, de las canciones populares y de las “las frases inspiradoras” que llenan nuestros muros de Facebook e Instragram, la antigua sabiduría griega, también consideraba a la esperanza como una desgracia. Cuando tenemos esperanza de que algo suceda o de concretar un logro creyendo que en ese momento seremos felices, nos conectamos con la carencia, y con todos nuestros deseos insatisfechos.

“Se podría pensar que he perdido toda esperanza en ese punto. Lo hice, sí. Y como resultado me sentí mucho mejor” Yann Martel, La Vida de Pi

A veces, la esperanza solo sirve para detener un proceso. Foto: Shutterstock.
A veces, la esperanza solo sirve para detener un proceso. Foto: Shutterstock.

Depende de la perspectiva

La necesidad imperiosa de finales felices hizo que el mismísimo mito de “La caja de Pandora” terminara con un mensaje “esperanzador“ (no hay forma de utilizar otro adjetivo, en este caso). Sin embargo muchos filósofos hicieron una relectura de la historia y se alejaron de ese final tranquilizador. La grieta entre River y Boca, el asado o las pastas, y la montaña o el mar tiene versiones mucho más profundas de lo que se podría imaginar.

“La caja de Pandora” es un mito griego que cuenta que Zeus, ofendido con la intención de los hombres de llegar a ser como los dioses y cansado de sus rebeldías le ordenó a Hefestos crear a “la primera mujer digna de amar”. Así nació Pandora ( pan=todos, dora= dones), Cada Dios le otorgó un talento. Describir algunas de las cualidades que le fueron otorgadas como tales es un poco inquietante para este tiempo. Afrodita le otorgó el poder de la seducción, Atenea le enseñó las habilidades domésticas y Hermes introdujo en su ánimo el carácter voluble y la mentira. Hubo más, pero estos “dones” y la síntesis del mito, que concluye que una mujer es la causa de todos los males de la humanidad, lo vuelve aún peor.

A Pandora le dieron también la famosa caja con la condición de que no debía abrirla jamás.
Fue entregada en matrimonio a Epimeteo que mantuvo la caja cerrada, hasta que ella, cegada por la curiosidad lo desobedeció. Los dioses habían encerrado allí todos los males que podían azotar a los hombres.
Cuando Pandora la abrió la vejez, la fatiga, la enfermedad, la locura, el vicio y la pasión llegaron a nuestro mundo.

Pandora se apresuró a cerrarla, y lo único que logró que quedara dentro fue la Esperanza.
“Pero aquella mujer, al quitar con sus manos la gran tapa de la tina los dispersó y preparó para los hombres tristes calamidades. Únicamente quedó dentro la Esperanza, entre sus indestructibles paredes bajo los bordes de la tinaja, y no salió volando hacia la puerta, pues antes Pandora le puso la tapa de la tinaja, por voluntad de Zeus portador de la égida y amontonador de nubes.” Hesíodo, Trabajos y Días

Cuando el mito termina pareciera tener el conocido final feliz. Podríamos pensar que la moraleja de la historia es que este último “regalo” de los dioses funcionaría como un antídoto para todos esos males.

Sin embargo, otras lecturas sobre este mito, hablan de la esperanza como el peor de los males. La asocian al control social, a la apatía de las personas, a la ilusión que muchos sostienen de que algo mayor arreglará los problemas y al dolor. Alexander Pope decía: “Bienaventurado el hombre que no espera nada, porque nunca será decepcionado”.

Tener y sostenernos en la esperanza puede ser un motor, un impulso a la acción, una anestesia o un lugar común. La esperanza nos puede convocar y hermanarnos para concretar aquello en que visionamos o puede ser el concepto vacuo, el lugar común y una arenga de falso profeta.

Algunos elegimos pensar como el enorme Julio Cortázar y creer que “la esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose”. Somos de las huestes de Martín Luther King que hizo de la esperanza, parte de su legado: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.

Y yo también.

Por Natalia Carcavallo
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